El diablo paró una vez en una posada, donde nadie lo conocía, porque se trataba de gente cuya educación era escasa. Tenía malas intenciones y todos le prestaron oído durante mucho tiempo. El posadero lo hizo vigilar y lo sorprendió con las manos en la masa.
Tomó una soga y le dijo:
-Voy a darte azotes.
-No tienes derecho a enojarte-dijo el diablo-. Soy sólo el diablo y mi naturaleza es obrar mal.
-¿Es verdad?-preguntó el posadero.
-Te lo aseguro- dijo el diablo.
-¿No puedes dejar de obrar mal?-preguntó el posadero.
-Ni en lo más mínimo-dijo el diablo-. Sería inservible y sería cruel dar azotes a una cosa tan pobre como yo.
-Es verdad- dijo el posadero.
Hizo un nudo y lo ahorcó.
EL POSADERO. Aunque me hubiera quedado una habitación libre, desde luego no se la hubiera dado a esa pareja. Gente sospechosa. Han dicho que eran marido y mujer, pero yo no me chupo el dedo y a mí no me la pegan. ? El es demasiado viejo y ella demasiado joven. Y como está encinta... Tal vez es el padre que la ha sacado de su pueblo para evitar el escándalo. Pero la mía es una posada honrada, y aquí no quiero partos clandestinos. Por otra parte, no me parece que la trate como a una hija. Este vejete la mira como si fuera una cosa santa y casi con reverencia. Acaso es un criado de confianza que ha cargado con este bonito trabajo... De todas maneras, su marido no es. Y ella con ese aire inocente y casto como si no se avergonzase de nada... Y debe de estar en los últimos días. Ya te digo yo que las apariencias... ¡Fíate de las mujeres! Parece una virgen y está a punto de ser madre. ¡Hay que ver! Y luego, como si no bastara, huelen a miseria desde una legua. Y en mi casa no quiero pobres. Serían capaces de plantarse aquí durante un mes, con la excusa de la parturienta, y al final de todo oírles decir que no tienen bastante dinero para pagar la cuenta. Si hubieran llegado con bonitos vestidos y con la bolsa llena acaso hubiera podido encontrar un rinconcito para ellos. El mozo podía haber ido a dormir a casa de sus hermanos durante algunas noches... Cuando el oro está de por medio todo se arregla. Pero con esos no hay nada que hacer. Ella lleva un vestido cualquiera que yo me avergonzaría de dar a mi mujer, y él un manto liso que debe de tener más años que quien lo lleva. Además, habría el peligro de que los gritos de ella y los lloros del niño molestaran a los otros viajeros. ¡Buena cosa encontrarse la posada vacía por culpa de dos vagabundos misteriosos! Aseguran que son galileos, pero el refrán dice que de Galilea nunca puede venir algo bueno. ¡He hecho bien en sacármelos de encima! Un agujero en cualquier sitio lo encontrarán seguro antes que sea de noche.
La noche del 28 de julio de 1900 el rey de Italia, Humberto I, cenaba en un restaurante de Monza. Al otro día debía presenciar un espectáculo de atletismo en la ciudad. Durante la cena, grande fue su sorpresa al notar que el dueño del lugar era un hombre idéntico a él. Curioso, decidió averiguar un poco más y la sorpresa posterior fue aún mayor.
El posadero se llamaba Humberto como él, había inaugurado el restaurante el mismo día en que el rey había sido coronado y, además, se había casado el mismo día que el rey y los dos con mujeres que se llamaban igual: Margarita. Entusiasmado por la serie de coincidencias, el rey invitó al posadero al espectáculo del día siguiente.
Pero el otro día el hombre del restaurante no apareció. Había sido asesinado en circunstancias misteriosas.
Un día a eso de las seis de la tarde llegó a una posada un hombre. Se sentó y demandó:
- ¿Puedo obtener que comer por mi dinero?
El posadero, hombre muy cortés y oficioso, replicó con una reverencia profunda:
- Sin duda, señor; mande Vd. lo que desee, y contentaré a Vd. - Y a la verdad, no era mala la cena. Mientras comía con mucho gusto, el posadero preguntó al huésped:
- ¿Acaso le gustará a Vd. una botella de vino?
- Me conviene si puedo obtener algo bueno por mi dinero, - repuso el hombre. Concluida la cena, sirvió el café el posadero y demandó otra vez:
- ¿Sin duda le gustará a Vd. un excelente tabaco?
- A mí me gusta todo, si puedo obtener algo bueno por mi dinero, fué la contestación. Al fin el posadero presentó la cuenta que ascendió a cinco pesetas. Sin examinarla ni mirarla el hombre entregó al posadero una vieja pieza de cinco centavos. Éste la rechazó preguntando con cólera:
- ¿Qué quiere decir esto? ud. ha ordenado las mejores cosas. Vale tres pesetas la cena, una peseta el vino y otra peseta los tabacos.
- Yo no he mandado nada,-repuso el hombre. - He pedido que comer por mi dinero, y esta pieza es todo el dinero que tengo.
Estaba el posadero para ponerse muy colérico, cuando se le ocurrió una buena idea.
- Amigo, - dijo con una sonrisa muy fina, - ya no hablaremos más de eso. No me pagará ud. nada. Le presento a ud. graciosamente la cena, el vino y los tabacos. Además, tome ud. este billete de diez pesetas, si quiere hacerme un gran favor. Dos calles más arriba está la posada del León de Oro, cuyo amo es mi competidor. Vaya ud. al León de Oro, y haga la misma calaverada.
Tomó el dinero, se lo metió en el bolsillo y se despidió el huésped. Llegado a la puerta se volvió y dijo con burla mal disimulada:- Muchas gracias y buenas noches. Pero es su competidor de ud. quien me ha hecho venir aquí.
(Estos no los hice yo, pero me parecieron simpáticos.)