23 de febrero de 2011

Recuerda, cuerpo, no sólo cuánto se te amó...

Recuerda, cuerpo, no sólo cuánto se te amó,
no solo los lechos donde estuviste echado,
más también aquellos deseos que, por ti,
en miradas brillaron claramente
y en la voz se estremecieron –y que un
obstáculo fortuito los frustró.
Ahora que todo se halla en el pasado,
parece casi que a los deseos
aquellos te hubieras entregado –cómo brillaban,
recuerda, en los ojos que te miraban;
cómo en la voz por ti se estremecían,
recuerda, cuerpo.

La ciudad

Dijiste: "Iré a otra ciudad, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.
Todo esfuerzo mío es una condena escrita;
y está mi corazón - como un cadáver - sepultado.
Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.
Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire
oscuras ruinas de mi vida veo aquí,
donde tantos años pasé y destruí y perdí".
Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino.
Así como tu vida la arruinaste aquí
en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.

¡……..!

Cuando emprendas tu viaje a …
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los Dragones ni a los Cíclopes,
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los Dragones ni a los Cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no lo llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos antes nunca vistos.
Detente en los mercados
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes voluptuosos,
cuantos más abundantes perfumes voluptuosos puedas.
Ve a muchas ciudades
a aprender de sus sabios.
Ten siempre a … en tu pensamiento.
Tu llegada allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguardar a que … te enriquezca.
… te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, …  no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significa ….

Grises

Mirando un ópalo casi gris
recordé unos hermosos ojos grises
que había visto hará unos veinte años...

Nos amamos un mes.
Marchó después, creo,
a trabajar  y no nos vimos más.

Se habrán empañado -si vive- aquellos ojos;
ajado estará aquel rostro hermoso...

Guárdalos tú, memoria mía, como eran.
Y cuanto de mi amor puedas, memoria,
cuanto puedas, tráemelo de nuevo
esta noche.

En la calle


Su simpático rostro un poco pálido
y los ojos castaños aún absortos.
Veinticinco años, aunque aparenta más bien veinte.
Algo le da en su atuendo vago aire de artista:
la corbata tal vez o la forma del cuello.
Marcha sin fin preciso por la calle
como aún poseído del placer ilegal,
del prohibido amor que acaba de ser suyo.

El viejo


En una esquina del café sonoro de murmullos confusos
un anciano sentado se inclina sobre la mesa,
leyendo un periódico, sin compañía.
Y en el ocaso de su miserable senectud
piensa cuán poco gozó en los años)
cuando tuvo la fuerza y el verbo y la belleza.
Sabe que está muy viejo, y lo siente, y lo ve.
Y, sin embargo, le parece que la juventud
fue ayer. ¡Corto intervalo, corto!
Y piensa en qué forma lo embaucó la prudencia,
cómo de ella se fió y qué locura
cuando la engañadora le decía: «Mañana.
Tienes todo tu tiempo».
Se acuerda de los impulsos que detuvo y cuántas
delicias sacrificó. Ocasiones perdidas
que burla ahora su prudencia insensata.
...A fuerza de rumiar pensamientos y recuerdos
el vértigo lo invade. Y se duerme
inclinado sobre la mesa del café.

Desde las nueve

Doce y media. Rápidamente el tiempo
pasó desde las nueve, cuando encendí mi lámpara
y me senté aquí. Estoy sentado
sin hablar o leer. ¿A quién podría hablar
en la casa desierta?
La imagen de mi cuerpo joven,
cuando encendí mi lámpara a las nueve,
vino a mi encuentro despertando
un perfume de cámaras cerradas
y pasado placer. ¡Qué audaz placer!
También trajo a mis ojos
calles ahora no reconocibles,
lugares de otro tiempo donde la vida ardió,
viejos teatros o cafés difuntos.
La imagen de mi cuerpo joven vino
y me trajo también memorias tristes:
las penas familiares, los adioses,
los sentimientos de los míos,
los sentimientos de los muertos
apenas atendidos.

Cuanto puedas...


Cuanto puedas
Si imposible es hacer tu vida como quieres,
por lo menos esfuérzate
cuanto puedas en esto: no la envilezcas nunca
por contacto excesivo
con el mundo que agita movedizas palabras.
No la envilezcas nunca
en el tráfago inútil
o en el necio vacío
de los rostros diarios
y al cabo te resulte un huésped importuno.

Solo

¡SOLO! Solo... Solo... Siempre solo, siempre solo con mis penas! Solo mientras dura el día, solo en la noche serena, solo cuando pienso en Dios, solo al pensar en la tierra, solo cuando canto alegre, y solo con mi tristeza!... Solo siempre... Mas ¿por qué, esa soledad eterna?

Es ¡ay Dios! que el alma mía no ha hallado su compañera,  y siento que me hace falta la mitad de mi existencia; es que soy un pobre loco, o la humanidad entera es menos buena que yo, y que su maldad me aterra; es que el mundo me rechaza, o que mi alma le desprecia, porque en él, ¡ay! no ha podido encontrar su compañera.